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martes, 3 de diciembre de 2013

El sentido de protestar


Como si por años estuviéramos sentados sobre un volcán a punto de hacer erupción, vivimos en extrema tensión; 2013 se ha visto marcado por innumerables protestas sociales:

Las olas de manifestaciones en Egipto para revocar al presidente Mursi:

Las masivas manifestaciones en Tailandia contra el gobierno de Yingluck Shinawatra:

Decenas de miles de ucranianos en las calles exigiendo al gobierno firmar un acuerdo de asociación y libre comercio con la Unión Europea:

La marcha contra la 'ley Wert' , la nueva ley de educación en España:

Permanentes protestas de la oposición venezolana por el actual gobierno bolivariano, las marchas estudiantiles en Chile por la reforma educativa, la protesta de trabajadores de limpieza en Madrid, las manifestaciones de activistas turcos por un parque y que terminó en un movimiento social antigubernamental, las protestas por el derecho a la salud, el Paro nacional agrario en Colombia, la protesta de maestros en México, las protestas de Brasil, y paramos de contar porque si incluimos plantones, marchas, cacerolazos y manifestaciones de cualquier otra índole no terminamos la lista hoy.

Y sí, protestar o reclamar por algo que nos tiene inconforme tiene sentido, nos permite confirmar que los derechos civiles existen, sobretodo cuando en estos países 'democráticos' los ciudadanos tienen claro que el único recurso que les queda a quienes no hacen parte de ciertas reuniones privadas o a quienes están lejos de tener acceso a los medios, a los datos o al micrófono, es salir a las calles a expresar sus inconformidades como única opción para ser escuchados.

De esta manera entonces protestar está bien. Pero cuando una huelga o cualquier manifestación masiva se materializa en una gran crisis de derechos humanos, con centenares de muertos, heridos, desaparecidos, ataques indiscriminados a la población civil, donde corre sangre de mujeres y niños y donde los violentos se infiltran para degradar a la nación, entonces, pierden los protestantes, pierde el Gobierno, pierde el país y ganan los violentos. Y con la violencia la protesta social se acaba.

Si nos remontamos en el tiempo recordaremos con facilidad casos de éxito de manifestaciones que cambiaron el mundo. Memorable la protesta social que llevó a cabo un grupo de mujeres valientes que decidieron aglomerarse frente a la Casa Blanca para exigir su derecho al voto en Estados Unidos, logrando de manera pacífica, que el Congreso tuviera que aprobar la Enmienda 19 a la Constitución, que prohíbe la discriminación de voto por razón de sexo. O la inolvidable caminata (marcha de la sal) de Mahatma Gandhi por mas de 300 km. en protesta contra los británicos y su impuesto sobre la producción y distribución de la sal en India, siempre insistiendo en su camino de la no violencia. Ésta manifestación convirtió a Gandhi en un referente político mundial, generando el movimiento civil contra el imperio británico más grande hasta ese momento.

En países como los nuestros, donde hay un gran déficit democrático, inequidad social latente y sistemas políticos con alto grado de impunidad, debe existir la protesta social para que de alguna manera la acción colectiva pueda controlar los diferentes poderes de gobierno. Pero cuando ese control se ejerce de manera violenta pierde toda legitimidad.

Es evidente que tanto protestantes como autoridades están usando la violencia como instrumento para intimidar, aterrorizar y dominar. Y así, el resultado de una protesta siempre será el fracaso. Violencia siempre cosecha más violencia. Hasta para salir a las calles a gritar inconformismo hay que tener una ética. Gandhi supo humillar al imperio británico y derrotarlo políticamente con acciones pacíficas con dignidad y justicia.

Sí a la libertad de expresión, sí a las acciones colectivas, sí a la protesta social con fundamento filosófico, ética e integridad. No a la violencia.
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1 comentarios

  1. El problema es que a veces por mucho pelear no se consigue nada, creo que el gobierno de turno debería tener en cuenta las movilizaciones y pensar si de verdad esa nueva reforma tiene razón de ser.

    A modo de ejemplo la última reforma educativa vivida en España.

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